sábado, 18 de julio de 2009
¿Si trabajo más… me va mejor?
Al parecer, nuestro querido adagio ‘si trabajas más, te va mejor’, tiene un problema. Casi nadie se ha dado cuenta que podría estar al revés. Con ello no quiero decir que ‘si trabajas más, te va peor’, sino que las dos partes de la frase deberían ir en orden distinto. Pienso en algo como ‘si trabajas mejor, ganas más’. No se me escapa que sigue siendo una frase ambigua. Se puede ganar más dinero, pero puede suceder que se ganen más problemas o sufrimientos.
Lo que sucede es que estas frases se parecen a los oráculos de las antiguas pitonisas del mundo griego. Las pitonisas eran las sacerdotisas de los templos de los dioses, encargadas de decir a los mortales los designios divinos. Sin embargo, los sacerdotes que las interpretaban eran muy astutos. Recuerdo que Heródoto, historiador del mundo antiguo, cuenta que el rey Creso, queriendo invadir Persia, preguntó el resultado a los oráculos. La respuesta fue: “Si emprendes la guerra contra los Persas, destruirás un gran imperio”. Creso, creyendo que los dioses le daban la victoria, atacó. Y sí, destruyó un gran imperio, el suyo. Perdió una de las más famosas guerras de la antigüedad, todo por haber escuchado lo que quería escuchar.
Lo mismo nos pasa con frases como ‘si trabajas más, te va mejor’. Olvidamos que deben ser interpretadas con ingenio. La frase no nos dice que trabajemos más, pero sin imaginación. Eso ha sido culpa nuestra. ¿Cómo podemos hacer que la frase nos funcione en realidad? Con imaginación. Lo bueno de estas sentencias es que podemos agregarles lo que queramos. Por ejemplo: ‘si trabajas con más imaginación, te va mejor’.
Con esto de la imaginación me refiero a lo siguiente. Todos tenemos muchos problemas en nuestro trabajo. Desde las actividades más sencillas, como mandar un correo u organizar las carpetas de la computadora, a las más complejas, como una junta ejecutiva, pueden ser un terrible dolor de cabeza. Podríamos usar la famosa frase para trabajar más en resolver estos problemas. Si dedicamos una parte de nuestro horario a imaginar soluciones a estos problemas, podríamos conseguir la productividad que buscamos. Pero no nos engañemos. No se trata de decir cosas como ‘si los dueños de la compañía cambiaran esto o aquello, la empresa estaría mejor’. Hay que ser realistas. Descartes, un filósofo francés, decía que hay tres cosas que pueden ocupar nuestros pensamientos: los asuntos que no dependen de nosotros, los que dependen en parte de nosotros, y los que sólo dependen de nosotros. Puede parecer obvio que los problemas de los que debemos ocuparnos son los segundos, en la parte que nos corresponde, y los últimos, porque si no lo hacemos nosotros nadie más lo hará. Pero, siendo sinceros, cuánta gente se la pasa preocupada por cosas que no dependen de ella. Pienso en el caso del que se la pasa fantaseando en cómo invertir el dinero que ganará en la Lotería. Eso es perder el tiempo que podríamos usar para resolver problemas que sí dependen de nosotros. ¿Cuál es la mejor ventaja? Si interpretamos de esta manera la frase, seguramente no trabajaremos más tiempo, sino menos. Si dedicamos más tiempo a solucionar los problemas que podemos resolver, empezaremos a lograr nuestras metas más rápido. El lector en este punto, podría no estar del todo de acuerdo. Si esto es así, ¡Muy bien! Busque una solución propia. De eso se trata.
Montessori en el trabajo: haga lo que quiera
Los pendientes y compromisos inexcusables, lo han ahogado en un círculo vicioso en el que los planes innovadores de juventud, han quedado en el archivo muerto. Los papeles se acumulan en su escritorio, su pizarrón de corcho no tiene ni un centímetro cuadrado para un evento más y sus metas se reducen, a poder llegar a casa en una pieza. Le doy un consuelo de tontos: no es el único que se siente así, usted, al menos, no está solo. Desde el trabajador más humilde hasta el más importante de los directivos de una empresa puede llegar a sentirse como usted.
Es momento de que haga lo que quiera. Sí, llegue a su oficina y desahóguese. Grite y patee todo lo que encuentre, aviente por la ventana los archivos y ponga música a todo volumen mientras baila encima de su computadora; luego, prenda fuego y… ¡Pero, un momento! ¿Esto es lo que quería hacer? Bueno, pues no tiene nada de malo si lo imagina de vez en cuando, pero que quede claro, sólo imagínelo. Una vez que ha hecho este ejercicio, tómese un minuto y piense con prudencia qué es lo que realmente quiere.
Aunque exagerado, lo anterior tiene algo de verdad. No siempre nos sentimos a gusto con lo que hacemos. ¿Porqué nos sucede esto? Cuándo caímos en el estado de ánimo que nos hace repetir el dicho ‘Si el trabajo fuera agradable, no pagarían por hacerlo’. Una de las posibles respuestas (si bien, claro está, no la única), la encontré por casualidad hojeando un libro de María Montessori.
Montessori, además de darle el nombre a una corriente educativa, es el apellido de una doctora-filósofa-pedagoga, que tiene la mala fama de permitirle a los niños ‘hacer lo que quieren’. Bueno, pues sin profundizar en sus teorías, me interesa destacar uno de sus descubrimientos. Montessori, al observar la conducta de los niños, notó que poseen un ‘instinto del trabajo’. Los niños de manera instintiva se ponen a trabajar. No se trata de labores que se les tenga que imponer. Mucho menos se trata de una actividad que realicen para obtener dinero, poder, o cosa alguna fuera de la actividad misma de trabajar. Mirando con atención, uno puede llegar a creer que los niños son unos adictos al trabajo. Sí, piénsese en el siguiente ejemplo: cuando un niño pequeño, que ya sabe gatear, aprende a subir y bajar escaleras. El pequeño individuo, realizará la misma proeza una y otra vez, casi de manera obsesiva. Ante la mirada de un adulto poco acostumbrado, la experiencia puede ser desesperante. Podría preguntar ¿Pero qué le sucede? Sube las escaleras sin ninguna finalidad porque en cuanto llega arriba, de inmediato baja y vuelve a subir. ¿Para qué lo hace entonces?
En pocas palabras, lo que sucede es que el niño está ‘trabajando’ su habilidad de subir y bajar escaleras. No le interesa nada más en ese momento, pero de esta forma, adquiere cada vez, más destreza y habilidad motriz. Por ello Montessori (junto con otras razones), adecuaba el ambiente escolar para que los niños hicieran lo que querían hacer. Imagínese a la madre del niño, que sin entender la conducta de su hijo, lo quita de las escaleras porque su conducta le parece absurda; en realidad estaría siendo una traba para el progreso del infante. Claro está, que los niños necesitan un ambiente que promueva sus habilidades de acuerdo a su edad, además de la guía de un adulto, para que no les pase nada malo y tengan siempre retos nuevos.
La idea de fondo es que los niños, y también los adultos, desarrollamos nuestra personalidad a través del trabajo que realizamos. La diferencia principal entre el trabajo de niños y adultos, es que los adultos tienen la capacidad de realizar trabajos para alcanzar metas externas. Podemos hacer tareas que no nos gustan, en beneficio de una meta final que nos agrada. Sin embargo, debe tener en cuenta dos cosas. La primera es que la situación del adulto implica la responsabilidad de saber con claridad la meta que desea alcanzar; y segundo: no se olvide de disfrutar también de la tarea misma, como hacen los niños. En este punto, no esperará que le dé más explicaciones de lo que debe hacer. Si reflexiona estas dos cuestiones, estará listo para hacer lo que usted quiera.
Lo que se debe hacer cuando no hay ideas
martes, 2 de diciembre de 2008
Tráfico en la ciudad
Mi automóvil es mi segundo hogar. Grandes historias me han sucedido en esas tres horas diarias que vivo ahí. Peleas con la novia, noticias importantes, momentos de profunda reflexión y también de esparcimiento al escuchar Ópera o un buen audiolibro. También se me han ocurrido ideas para que la gente me robe y se quede con el crédito. Pero esas ideas sobre todo tienen que ver con formas de acabar con el tráfico. Sí, a pesar de los buenos momentos que paso en mi coche, no me gusta pasar tiempo parado en un embotellamiento. Por ello, expreso aquí una idea mitad robada mitad inventada:
- Hagamos que el carril de alta velocidad de las principales avenidas sea únicamente para autos que lleven a tres o más personas (esto lo hacen en varias ciudades de EU).
- Hagamos un carril especial para motocicletas, claro, que sea más estrecho pero que nadie pueda invadirlo para que los motociclistas estén seguros.
- Inventemos una página en Internet que sea una red social para encontrar gente con la que podamos compartir nuestro auto.
Si usted está pensando en que todo esto es una tontería, eso quiere decir que usted y su maldita actitud son parte del problema.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Pena de muerte a los secuestradores
Esperen un momento. Si me dejo guiar por mis ideas de venganza no seré más que un secuestrador-asesino creativo. Pero en el momento en que suceden estas cosas, al menos es terapéutico imaginarlas. Sin embargo, por más ganas que pueda tener de regresar el mal recibido, no soy un asesino. Lo siento. De hecho, nuestro deber es otro.
Si alguien nos hace mal, debemos pagar con una buena acción. Ya lo sabía Platón desde el libro II de La República. No podemos hoy en día, proponer un regreso a la ley del Talión y pedir ojo por ojo, diente por diente. ¿Por qué?
La respuesta es tan obvia como tonta la pregunta: porque el mal destruye a la sociedad, incluso si lo hacemos a las personas que hacen mal. De hecho, se inicia una cadena inacabable: me asaltan, como castigo, los policías golpean y encarcelan al ladrón. Dentro de la cárcel lo violan, lo hacen menos y lo juntan con gente que le vende droga. Dos años después lo dejan libre. A los tres días, roba de nuevo o secuestra y asesina. Así con cada criminal, ad infinitum.
Pero entonces, ¿hay que poner la otra mejilla y entregar la ciudad a los delincuentes? No sea ridículo, por supuesto que no. Uno debe poder proteger a su familia de los peligros (eso es algo bueno). Si alguien hace algo malo en contra de los demás, debemos recluirlo, pues utiliza su libertad para hacer daño. Sin embargo, eso no es un castigo para que se retuerza del dolor. Sólo es una consecuencia de sus actos, y para evitar que haga mal, lo apartamos de los demás. Sin embargo, debemos hacerle un bien. Ese es el mensaje que debe darle la sociedad a los delincuentes. Debemos responder el mal con el bien.
Ya sé. Seguro está a punto de dejar de leer. Son "cursilerías" de alguien que no ha sufrido, ingenuidades "idealistas" que no resolverían nada. No es así. ¿Qué bien podemos hacerle al secuestrador?
Ponerlo a trabajar para pagar su reclusión. El trabajo, tener algo que hacer, da sentido a nuestras vidas. Nos da un lugar en la sociedad. Claro que no le vamos a dar a escoger. Le tocará un trabajo difícil. El que nadie más quiera hacer pero que sea muy necesario. Por qué no lo ponemos a escanear todos los libros de la biblioteca nacional o alguna otra cosa útil. Algo con lo que paguen su estancia y comida en la cárcel pero que además deje algo bueno y útil a la sociedad. Por qué no les damos la oportunidad de donar sus órganos al morir y así salvar vidas. Tal vez nunca los dejemos salir de la cárcel, pero si los ponemos a estudiar también podrán hacer cosas más productivas. Pueden ofrecérsele incentivos que mejoren su calidad de vida en la cárcel.
Tal vez no entenderán que todo eso es un bien no sólo para la sociedad sino para ellos. Pero les damos la oportunidad de que algún día lo entiendan. De que, a pesar de no poder salir de la cárcel, siguen teniendo la oportunidad de encontrarle un sentido a su vida y hacer el bien a los demás. De reparar un poco del daño que hicieron. Ese es el tipo de lección que tiene que darle la sociedad a los secuestradores.
Yo sólo necesito un legislador que me robe la idea. Que sea muy difícil de lograr no quiere decir que debemos renunciar a las metas más altas que puede ponerse el ser humano.
viernes, 12 de septiembre de 2008
Sobre las estúpidas maneras de llamar la atención
sábado, 6 de septiembre de 2008
Para accidentes automovilísticos
Con la era del GPS, que la Cruz Roja y las Agencias de seguros tengan el equipo para que uno no pase horas investigando la dirección de su propio accidente vial. La tecnología ya existe, sólo necesitamos un alma caritativa que robe y realice la idea.