sábado, 18 de julio de 2009

Montessori en el trabajo: haga lo que quiera

Hay un momento en la vida profesional cuando nos preguntamos qué hemos estado haciendo los últimos años ¡Pero si se han pasado volando! Días, semanas, meses enteros y lo único que recuerda es que usted se levanta en la mañana, sale corriendo a la oficina, realiza los pendientes de ayer, pierde su mejor época en el tráfico citadino, come y duerme. Llega el tedio dominical, y al hacer un balance de su situación, llega a la siguiente conclusión: Se la ha pasado haciendo muchas cosas: llamadas, citas, juntas, proyectos y desvelos, pero eso sí, ha olvidado la última vez que hizo lo que quería hacer.

Los pendientes y compromisos inexcusables, lo han ahogado en un círculo vicioso en el que los planes innovadores de juventud, han quedado en el archivo muerto. Los papeles se acumulan en su escritorio, su pizarrón de corcho no tiene ni un centímetro cuadrado para un evento más y sus metas se reducen, a poder llegar a casa en una pieza. Le doy un consuelo de tontos: no es el único que se siente así, usted, al menos, no está solo. Desde el trabajador más humilde hasta el más importante de los directivos de una empresa puede llegar a sentirse como usted.

Es momento de que haga lo que quiera. Sí, llegue a su oficina y desahóguese. Grite y patee todo lo que encuentre, aviente por la ventana los archivos y ponga música a todo volumen mientras baila encima de su computadora; luego, prenda fuego y… ¡Pero, un momento! ¿Esto es lo que quería hacer? Bueno, pues no tiene nada de malo si lo imagina de vez en cuando, pero que quede claro, sólo imagínelo. Una vez que ha hecho este ejercicio, tómese un minuto y piense con prudencia qué es lo que realmente quiere.

Aunque exagerado, lo anterior tiene algo de verdad. No siempre nos sentimos a gusto con lo que hacemos. ¿Porqué nos sucede esto? Cuándo caímos en el estado de ánimo que nos hace repetir el dicho ‘Si el trabajo fuera agradable, no pagarían por hacerlo’. Una de las posibles respuestas (si bien, claro está, no la única), la encontré por casualidad hojeando un libro de María Montessori.

Montessori, además de darle el nombre a una corriente educativa, es el apellido de una doctora-filósofa-pedagoga, que tiene la mala fama de permitirle a los niños ‘hacer lo que quieren’. Bueno, pues sin profundizar en sus teorías, me interesa destacar uno de sus descubrimientos. Montessori, al observar la conducta de los niños, notó que poseen un ‘instinto del trabajo’. Los niños de manera instintiva se ponen a trabajar. No se trata de labores que se les tenga que imponer. Mucho menos se trata de una actividad que realicen para obtener dinero, poder, o cosa alguna fuera de la actividad misma de trabajar. Mirando con atención, uno puede llegar a creer que los niños son unos adictos al trabajo. Sí, piénsese en el siguiente ejemplo: cuando un niño pequeño, que ya sabe gatear, aprende a subir y bajar escaleras. El pequeño individuo, realizará la misma proeza una y otra vez, casi de manera obsesiva. Ante la mirada de un adulto poco acostumbrado, la experiencia puede ser desesperante. Podría preguntar ¿Pero qué le sucede? Sube las escaleras sin ninguna finalidad porque en cuanto llega arriba, de inmediato baja y vuelve a subir. ¿Para qué lo hace entonces?

En pocas palabras, lo que sucede es que el niño está ‘trabajando’ su habilidad de subir y bajar escaleras. No le interesa nada más en ese momento, pero de esta forma, adquiere cada vez, más destreza y habilidad motriz. Por ello Montessori (junto con otras razones), adecuaba el ambiente escolar para que los niños hicieran lo que querían hacer. Imagínese a la madre del niño, que sin entender la conducta de su hijo, lo quita de las escaleras porque su conducta le parece absurda; en realidad estaría siendo una traba para el progreso del infante. Claro está, que los niños necesitan un ambiente que promueva sus habilidades de acuerdo a su edad, además de la guía de un adulto, para que no les pase nada malo y tengan siempre retos nuevos.

La idea de fondo es que los niños, y también los adultos, desarrollamos nuestra personalidad a través del trabajo que realizamos. La diferencia principal entre el trabajo de niños y adultos, es que los adultos tienen la capacidad de realizar trabajos para alcanzar metas externas. Podemos hacer tareas que no nos gustan, en beneficio de una meta final que nos agrada. Sin embargo, debe tener en cuenta dos cosas. La primera es que la situación del adulto implica la responsabilidad de saber con claridad la meta que desea alcanzar; y segundo: no se olvide de disfrutar también de la tarea misma, como hacen los niños. En este punto, no esperará que le dé más explicaciones de lo que debe hacer. Si reflexiona estas dos cuestiones, estará listo para hacer lo que usted quiera.

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